jueves, junio 09, 2011

Cuando Hemingway jugó a los dados por un cuadro de Miró

En 1920, Joan Miró decidió probar mejor suerte y dejó Barcelona para mudarse a París. Ahí conoció un escultor que tenía un taller que sólo lo usaba durante los meses de verano, y llegó a un acuerdo con él para poder utilizarlo durante la temporada de invierno. El trato era perfecto porque Miró volvía todos los veranos a su pueblo. Luego, con la ayuda de algunos galeristas, logró exponer sus obras por primera vez en la Galerie La Licorne en 1921, y aunque esa primera noche no vendió nada, obtuvo lo más preciado para un artista: la crítica le fue favorable.

Joan Miró en la década de 1920
Con el tiempo se cotizó y empezó a ser de los mimados, de los siempre elegidos para participar en la escena artística parisína; sin embargo, él seguía unido profundamente a su Cataluña natal, y volvía cada verano a la granja de su familia. Era una cuestión sentimental. De hecho, uno de los más famosos cuadros de Joan Miró se titula "La Masía", más conocido como "La Granja", que lo comenzó a pintar justamente en la granja de su padre, luego lo continuó cuando vivía en Barcelona, y finalmente lo terminó en París.

Cuando Hemingway conoció a Miró en París (en 1921), se fijó en que como todo recién llegado, el catalán llevaba un estilo de vida muy austero. Eran los años de privaciones de todos los intelectuales y artistas, cuando el dinero era escaso y el hambre acechaba. El escritor se identificaba con el artista, y hasta lo sentía un cómplice de aquellos años en París, esos años de cuartuchos de hotel, vino barato e inviernos fríos, muy fríos y con poca leña.

"La Masía" de Joan Miró, más conocida como La Granja
Bueno, dejando un poco aquella nostalgia, el escritor estadounidense se percató de que Miró llevaba trabajando ya nueve meses, día tras día en ese cuadro grande y maravilloso. Tal era la obsesión del pintor por aquella obra, que cuando la terminó, ni siquiera quiso venderla. Tampoco se la mostraba a nadie, sólo pudieron verla un selecto grupo de amigos, entre ellos Hemingway. A la final las necesidades pudieron más, y en 1925 el pintor tuvo que llevar su querido cuadro junto a otros lienzos, a una gran galería para ponerlos a la venta.

Sus obras fueron vistas por un tal Evan Shipman, coincidentemente uno de los amigos de juerga de Hemingway, miembro de la famosa Generación Perdida, quien luego de verlas, compró todas las obras del lote. Con el tiempo Hemingway diría que "ese fue el único buen negocio que Evan Shipman hizo en su vida". Sin embargo, habiendo hecho un buen negocio, no se sentía muy seguro y decidió comentárselo a su amigo de confianza.

En uno de esos extraños giros que algunas veces da el destino, Shipman fue a buscar a Hemingway, y luego de comentarle sobre su hallazgo artístico le dijo: -"Ernest, tu deberías comprar 'La Granja'. No me gusta para nada todo el cuidado que esa obra requiere."

Hemingway le contó que fue testigo del empeño que le puso el catalán a ese cuadro, de los nueve meses que le tomaron a Miró concluirlo. Él consideraba que eso era como parir un libro o un cuadro. Que cuando algo tarda en gestarse y el autor no quiere desprenderse de su engendro, generalmente el resultado son obras maestras, como lo que le sucedió a James Joyce con su Ulises. Le recalcó que el cuadro era una gran inversión a futuro.

-"Ese cuadro valdrá mucho más Evan. No tienes idea de lo que te estarías perdiendo", le dijo.
-"Eso no me importa", contestó Evan. "Si se trata de dinero, que sean los dados los que decidan."
-"No tengo derecho a jugar por ese cuadro, tu lo encontraste. La oportunidad es tuya", le respondió Hemingway.
-"Dejemos que los dados decidan el dinero", insistió Evan Shipman. "Si pierdo podrás comprarlo tu".

Así que los amigos se jugaron a la suerte este cuadro de Miró, lanzaron los dados y el ganador fue Hemingway, quien no podía ocultar su felicidad y agradeció a su amigo por permitirle comprar aquella obra que desde que la conoció, aún inconclusa, tanto le había gustado.


Ernest Hemingway a mediados de los años 20
Al día siguiente Hemingway fue a la galería e inmediatamente realizó el primer abono. Acordó pagar cinco mil francos por La Granja, lo que según sus propias palabras "fue 4250 francos más caro de lo que había pagado por un cuadro en su vida". El lienzo obviamente, sólo se lo podría llevar cuando acabase de pagar la cuarta y última cuota.

A medida que se acercaba el plazo para efectuar el último pago, el vendedor de arte estaba muy contento porque sabía que si no se cancelaba el dinero ese día, la galería se quedaría con “La Granja”. Genio y figura Ernest Hemingway, como toda la vida lo fue, viviendo al límite de los excesos o de la pobreza, para esa fecha ya se encontraba sin dinero, sin un duro en el bolsillo como dirían en España, y casi resignado a perder un cuadro que siempre lo cautivó.

La Generación Perdida. Hemingway y su propia corte parisina, la de sus amigos expatriados. También se ve a Hadley, su primera esposa
Quienes han leído París era una fiesta, deben saber que él mismo había bautizado a su grupo de amigos en París como la "Generación Perdida". Casi todos eran escritores sin fama, intelectuales sin salario, que además de bohemios eran muy solidarios y con un muy alto sentido de la amistad. Parece ser que este tipo de personajes, aparte de irradiar carisma nacen con cierta estrella, porque siempre logran solucionar sus problemas antes del límite, con las justas. Nunca les va mal.

Y es que como toda esa perdida generación, aparte de bohemios eran como hermanos, y cual jauría se apoyaban cuando uno de los viejos lobos lo requería. Es así como Hemingway, con la ayuda del novelista John Dos Passos y del mismo Evan Shipman, recorrieron desde el día anterior los bares y burdeles, los restaurantes y cantinas que frecuentaban, pidiendo dinero prestado a quien pudiera ayudarles, y sólo así lograron recaudar lo necesario, y hasta les alcanzó para celebrarlo.
Cuando llegaron a la galería, al dueño se le había borrado la sonrisa del rostro. Le dolía en el alma entregarles aquel cuadro, más que nada porque le habían ofrecido pagar cuatro veces más de lo que le costó el lienzo al futuro Premio Nobel. Los tres intelectuales norteamericanos muy cortésmente le explicaron, como tan a menudo se explica en Francia, que los negocios son negocios.

Salieron de la galería y tomaron un taxi. Con el techo descubierto y con el lienzo como si fuese una vela, ordenaron al chofer que fuese lo más lento posible. Cuando por fin llegaron al departamento de Hemingway lo colgaron en una pared, y recién ahí pudieron contemplarlo extasiados y en silencio. “Fue un momento muy especial para los tres, estábamos felices. No lo cambiaría por ningún cuadro en el mundo”, declararía algunos después en una entrevista. Así mismo, en alguna otra ocasión en que el catalán visitó al escritor, entró y al ver su cuadro, le dijo: "Estoy muy contento de que tu seas el dueño de La Granja” .

John Dos Passos, Sidney Franklin, Ernest Hemingway en Madrid. Época de la Guerra Civil
Los fanáticos de Hemingway sabemos -y es muy conocido además- que el viejo escritor sentía un gran cariño –casi pasión- por España. Amaba su idioma, sus costumbres y la fiesta brava (fanático de los encierros de San Fermín). Tanto es así, que él nunca compró “La Granja” como una inversión ni pensando en venderla luego. Cuando le preguntaban acerca del lienzo, el solía decir:

"Lo que hizo Miró en ese lienzo, es todo lo que se puede sentir de España cuando se está allí, y todo lo que se siente cuando se está ausente y no se puede ir. Nadie más ha sido capaz de pintar dos cosas tan opuestas en un mismo cuadro".

Y por supuesto, como le gustaba opinar de todo, alguna vez también opinó de Picasso, de quien decía, era muy diferente a Miró. Para él, Picasso sólo era un hombre de negocios y punto.

Hemingway corrió en los Sanfermínes por primera vez en 1924. Le gustaban tanto que volvió 8 veces. Esta foto es del encierro de 1927 y se lo puede ver justo frente al toro con pantalones blancos.
Ernest Hemingway Photograph Collection, John F. Kennedy Presidential Library and Museum, Boston.

Cada vez que Hemingway tenía que mudarse por trabajo o por lo que sea, lo primero que empacaba era La Granja, cuadro que adoraba y que lo acompañó en todas partes donde vivió, desde París, pasando por Chicago, Key West y hasta en La Habana.

En un acto de nobleza, de desprendimiento, con la idea de compartir y de que otros ojos también disfruten de su lienzo favorito, lo concedió en préstamo al Museo de Arte Moderno de NY desde 1959 hasta 1964. Lastimosamente Hemingway se suicidó en 1961, pero su última esposa, Mary Welsh, haciendo lo que le hubiese gustado al viejo, lo cedió en 1987 a la Galería Nacional del Arte donde se encuentra hasta la fecha.

Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

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4 comentarios:

Jorge de Lorenzo dijo...

Da gusto leerte por lo bien que cuentas los temas,sean o no los preferidos de uno.
Un abrazo de envidia

Colotordoc dijo...

Mira que tener un cuadro por azar.

Una historia muy amena.

Saludos

GABU dijo...

Esta sí que no la sabia!!!!

Y cuánta razón tuvo al catalogar a PICASSO!!

P.D.:Bello gesto el de su viuda,ya me estaba preparando para preguntarte dónde se encontaba en la actualidad esa obra fabulosa... ;)

BESITOS SURREALISTAS

Reb dijo...

Una historia preciosa y un cuadro maravilloso. Gracias Carlos.

 
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