José Leandro Andrade fue sin duda uno de los futbolistas más brillantes de su época. Nació en Salto, Montevideo, el 1º de octubre de 1901, y fue hijo de una argentina con un ex esclavo negro que escapó del Brasil. La necesidad hizo que sus padres lo enviaran a Montevideo a vivir con una tía en el barrio Palermo, donde en la adolescencia alternaba trabajando como limpiador de zapatos o vendedor de periódicos.
Hábil para el fútbol como todo buen uruguayo, se presentó a las inferiores de un pequeño club llamado Misiones. Poco tiempo después llegaría su primer contrato profesional con un club de la capital, el Bella Vista, donde jugaba como volante derecho.
Hábil para el fútbol como todo buen uruguayo, se presentó a las inferiores de un pequeño club llamado Misiones. Poco tiempo después llegaría su primer contrato profesional con un club de la capital, el Bella Vista, donde jugaba como volante derecho.
No tardó en llamar la atención debido a su exquisitez con el balón, que unido a su color y su 1,80 de estatura, terminaba acaparando los aplausos y los flashes. A pesar de su contextura, tenía un muy particular estilo de juego, veloz, flexible y muy acrobático, que enamoraba a la afición.
Debido a todo ese derroche de talento, fue convocado por primera vez a un seleccionado nacional, para jugar en las Olimpiadas de París en 1924. Y fue allí definitivamente, donde se consagró como leyenda. Con su carácter extrovertido y amiguero, se sintió en París como un pez en el agua. Fue el jugador sensación de las Olimpiadas, tanto así que el periodismo especializado de la época, lo bautizó como “La Merveille Noire” (la maravilla negra).
Debido a todo ese derroche de talento, fue convocado por primera vez a un seleccionado nacional, para jugar en las Olimpiadas de París en 1924. Y fue allí definitivamente, donde se consagró como leyenda. Con su carácter extrovertido y amiguero, se sintió en París como un pez en el agua. Fue el jugador sensación de las Olimpiadas, tanto así que el periodismo especializado de la época, lo bautizó como “La Merveille Noire” (la maravilla negra).
Lo que se lleva en la sangre se hereda por derecho, y como tenía que ser, resultó un consumado bailarín que no desaprovechó la oportunidad de mostrar allá sus habilidades, lo que le otorgó un buen número de admiradoras francesas y uno que otro affaire. Entre las bellas parisinas que cayeron rendidas ante el exotismo del uruguayo, también se encontraba la mítica Josephine Baker, bailarina y cantante de cabaret, famosa por haber sido la primera en mostrar el "tetamen" en un espectáculo público, en el París de aquel entonces.
Hay una curiosa anécdota que nos muestra el carácter descomplicado de Andrade: la selección uruguaya se encontraba en plena concentración en su hotel en París, cuando el director técnico decidió pasar revista por las habitaciones. El “negro Andrade” había desaparecido, nadie daba razón de él. Con el correr de las horas, se hizo evidente la normal preocupación de la delegación charrúa, hasta que el delantero Ángel Romano, compañero de recamara y uno de sus mejores amigos, se ofreció para buscarle.
En realidad, Romano tenía una dirección que Andrade le había facilitado por si 'desaparecía'. Fue a buscarlo a ese sitio y se sorprendió al ver que se trataba de un departamento de lujo, en una exclusiva zona de París. Llamó al timbre y una doncella lo recibió. A pesar de que por el idioma no se entendían, cuando romano dijo "Andrade", la joven mujer sonrió e hizo pasar al delantero. La escena que lo esperaba lo dejó atónito y con la boca abierta. Ante él apareció su mulato amigo, vestido sólo con una bata de seda, y rodeado de bellas señoritas con poca ropa y envueltas en deliciosas fragancias. Romano nunca olvidaría esa imagen de su amigo, como sultán en país ajeno.
Uruguay se coronó campeón de aquellas Olimpiadas y a su regreso el país era una locura, fueron ovacionados por multitudes, y el “Negro Andrade” ya era un héroe nacional. Obviamente fue fichado por los clubes más grandes de su país, el Nacional y el Peñarol respectivamente, donde ya se empezó a notar –era público- que aunque era un jugadorazo, fuera de las canchas también era un vendaval bohemio. Llevaba un paralelo tren de vida entre la rumba y el fútbol, que más tarde le pasaría factura.
Además, desde las Olmpiadas de París, empezó a arrastrar una extraña lesión: en la final, en el último partido, chocó contra un poste, lo que le provocó un problema de visión que con el tiempo fue degenerándose, y a la postre, fue lo que acabó con su carrera.
Antes de que existieran los Mundiales de fútbol, él ya era una figura mundial: fue doble Campeón Olímpico (París 1924 y Amsterdam 1928) y también había ganado dos Copas América, en 1923 y 1926, y el subcampeonato en 1927.
Precisamente por esos logros de la celeste, el primer Campeonato Mundial de la historia en 1930, fue con sede en Uruguay, y obviamente, Andrade fue convocado.
Precisamente por esos logros de la celeste, el primer Campeonato Mundial de la historia en 1930, fue con sede en Uruguay, y obviamente, Andrade fue convocado.
La vida le seguía sonriendo, y se dio nuevamente el lujo de formar parte de ese mítico y glorioso equipo (Ballesteros; Nasazzi, Mascherone; Andrade, Fernández, Gestido; Dorado, Scarone, Castro, Cea e Iriarte) que se proclamó Campeón del Mundo.
Aunque “El Negro” no era el mismo de antes, seguía todavía aportando lo suyo, como un lance defensivo que perfeccionó, llamado la tijera: se lanzaba frente al atacante rival que llevaba el balón, estirando mucho la pierna izquierda, mientras que, con la derecha, le arrebataba el balón.
Luego de tocar el cielo con la camiseta celeste de su selección, tuvo un recordado paso por el fútbol argentino (Atlanta y Lanús), donde definitivamente se notaba que ya estaba quemando sus últimos cartuchos. Luego volvió a Uruguay al Wanderers de Montevideo y se retiró en Argentinos Juniors. Su vida, a partir de ahí fue un declive permanente. Estaba arruinado económicamente, sus amigos desaparecieron y tuvo que volver al barrio de Palermo, tan pobre como cuando llegó siendo un niño.
Aunque “El Negro” no era el mismo de antes, seguía todavía aportando lo suyo, como un lance defensivo que perfeccionó, llamado la tijera: se lanzaba frente al atacante rival que llevaba el balón, estirando mucho la pierna izquierda, mientras que, con la derecha, le arrebataba el balón.
Luego de tocar el cielo con la camiseta celeste de su selección, tuvo un recordado paso por el fútbol argentino (Atlanta y Lanús), donde definitivamente se notaba que ya estaba quemando sus últimos cartuchos. Luego volvió a Uruguay al Wanderers de Montevideo y se retiró en Argentinos Juniors. Su vida, a partir de ahí fue un declive permanente. Estaba arruinado económicamente, sus amigos desaparecieron y tuvo que volver al barrio de Palermo, tan pobre como cuando llegó siendo un niño.
Hay quienes arguyen tintes racistas en su declive, porque la mayoría –sino todos- los campeones mundiales de 1930, tuvieron una próspera vida como empresarios, periodistas deportivos y entrenadores de fútbol. Solo Andrade no encontró ocupación fija.
Aún así, su nombre seguiría sonando en Uruguay ya que veinte años después, en la Copa Mundial de 1950 en Brasil, José Leandro Andrade estuvo presente como invitado. En el campo, en su misma posición, ahora estaba su sobrino Víctor Rodríguez, que en honor a su tío se había puesto el segundo apellido Andrade en la camiseta. El sobrino de “El Negro”, al igual que su tío, logró coronarse Campeón del Mundo en el inolvidable “Maracanazo”.
Aún así, su nombre seguiría sonando en Uruguay ya que veinte años después, en la Copa Mundial de 1950 en Brasil, José Leandro Andrade estuvo presente como invitado. En el campo, en su misma posición, ahora estaba su sobrino Víctor Rodríguez, que en honor a su tío se había puesto el segundo apellido Andrade en la camiseta. El sobrino de “El Negro”, al igual que su tío, logró coronarse Campeón del Mundo en el inolvidable “Maracanazo”.
Años más tarde, en 1956, un periodista alemán llamado Fritz Hack, viajó a Uruguay para encontrar a Andrade. Tras una intensa búsqueda de seis días pudo encontrarlo. Comentaba:
"Me ayudaron a encontrarlo los amigos. Pero lo que viví, fue una imagen de horror. En la 'Calle Perazza' vivía el ex famoso y celebrado futbolista en un sótano deteriorado."
"Encontré a Andrade en un tugurio espartanamente amueblado, se había dado totalmente al alcohol y debido a sus lesiones de ojos estaba casi ciego de un lado. Mis preguntas no pudo responderlas. Las respuestas las dio una hermosa mujer, la hermana del antiguo campeón olímpico".
Poco tiempo después, el 5 de octubre de 1957, José Leandro Andrade fallecía en un asilo de Montevideo a la edad de 56 años. Sus únicas pertenencias se limitaban a una cama y una caja de zapatos con algunas medallas y otros trofeos.
Desaparecía así la primera estrella de color, el primer ídolo negro del mundo del fútbol. Se fue de una forma tan ingrata y triste, como la de tantos deportistas que llenaron de gloria sus banderas, para luego caer en el olvido.
Desaparecía así la primera estrella de color, el primer ídolo negro del mundo del fútbol. Se fue de una forma tan ingrata y triste, como la de tantos deportistas que llenaron de gloria sus banderas, para luego caer en el olvido.
Fuentes y referencias:
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4 comentarios:
Vida trepidante de este jugador.
En una época donde aún había muchos prejuicios por el color de la piel, puso su juego, para superarlos.
Saludos
Es increíble la decadencia súbita que tienen la mayoría de los jugadores de fútbol!!!
P.D.:Vos crees que los orígenes tendrán que ver con el declive de muchos cracks??
MIS AFECTUOSOS BESITOS CABALLERO ;-)
Interesantísimo post en en esta época en que los orientales acaban de ganar la Copa América, mateniendo su tradición desde que obtuvieron el primer Campeonato del Mundo en 1930, en el Estadio Centenario de Montevideo, ganando 4-2 a Argentina, frente a 80.000 espectadoeres. La tradición sigue viva.
Contigo, en definitiva, se trata de culturizarme....
Besos & Bendiciones!
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