La década de 1960 comenzó en los Estados Unidos con la segregación racial en las escuelas, luego se destinaron baños e inodoros separados para blancos y negros, y bebederos de agua independientes para cada raza. Esto lamentablemente ocurría y se hacía cumplir a rajatabla en los muy conservadores estados sureños, mientras en el resto del país se luchaba para poner fin a la discriminación.
Todo este proceso fue muy accidentado y doloroso, y mientras Martin Luther King llamaba e invocaba a la resistencia pacífica de los ciudadanos afroamericanos, el líder negro Malcom X exhortaba a “matar a todos los demonios blancos”. Afortunadamente el discurso de Luther King fue el más escuchado y eficaz.
Para 1968, las cosas habían mejorado un poco. La segregación escolar ya era poco frecuente, pero aún había que solucionar el asunto del transporte escolar, ya que al no poder utilizar los autobuses, los alumnos afroamericanos estaban condenados a realizar largas caminatas de ida y regreso hasta sus hogares, y era algo que nuevamente estaba empezando a crear indignación y disturbios.
En octubre de ese mismo año, se celebraban los Juegos Olímpicos en la Ciudad de México, y la sociedad en general esperaba que esto sirviera de catalizador y para limar las asperezas raciales, pero empezó a correr un rumor, de que era muy posible que los atletas afroamericanos hicieran una declaración pública acerca de la segregación que se vivía en los Estados Unidos, aunque claro, sería un solamente un formalismo porque todo el mundo estaba enterado.
Las cosas iban a llegar a mayores, porque se empezó a hablar de un boicot de todos los atletas negros participantes, de todos los países, en apoyo a sus hermanos de los Estados Unidos. El boicot afortunadamente no prosperó, porque todos sabemos que nunca ha sido buena idea mezclar el deporte con la política. Cada vez que esto ha sucedido, el único afectado ha sido el espectáculo y el deporte.
Con este ánimo se iniciaron las Olimpiadas, y los velocistas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos ganaron el oro y el bronce en los 200 m planos, respectivamente.
Cuando subieron al podio, fueron a buscar más que medallas, fueron a buscar su reivindicación racial. Subieron al podio descalzos, como para graficar la pobreza y condiciones en que vivían los afroamericanos en su país. Luego alzaron su puño enfundado en un guante negro, y bajaron la cabeza mientras sonaban las notas del himno de los Estados Unidos. Con este gesto hicieron ostensible su protesta, por la tensión racial que se vivía en su país.
El australiano Peter Norman, que había ganado la medalla de plata y que también se encontraba en el podio, los secundó con un adhesivo negro reivindicativo, pegado en su pecho, a la altura del corazón.
Para 1968, las cosas habían mejorado un poco. La segregación escolar ya era poco frecuente, pero aún había que solucionar el asunto del transporte escolar, ya que al no poder utilizar los autobuses, los alumnos afroamericanos estaban condenados a realizar largas caminatas de ida y regreso hasta sus hogares, y era algo que nuevamente estaba empezando a crear indignación y disturbios.
En octubre de ese mismo año, se celebraban los Juegos Olímpicos en la Ciudad de México, y la sociedad en general esperaba que esto sirviera de catalizador y para limar las asperezas raciales, pero empezó a correr un rumor, de que era muy posible que los atletas afroamericanos hicieran una declaración pública acerca de la segregación que se vivía en los Estados Unidos, aunque claro, sería un solamente un formalismo porque todo el mundo estaba enterado.
Las cosas iban a llegar a mayores, porque se empezó a hablar de un boicot de todos los atletas negros participantes, de todos los países, en apoyo a sus hermanos de los Estados Unidos. El boicot afortunadamente no prosperó, porque todos sabemos que nunca ha sido buena idea mezclar el deporte con la política. Cada vez que esto ha sucedido, el único afectado ha sido el espectáculo y el deporte.
Con este ánimo se iniciaron las Olimpiadas, y los velocistas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos ganaron el oro y el bronce en los 200 m planos, respectivamente.
Cuando subieron al podio, fueron a buscar más que medallas, fueron a buscar su reivindicación racial. Subieron al podio descalzos, como para graficar la pobreza y condiciones en que vivían los afroamericanos en su país. Luego alzaron su puño enfundado en un guante negro, y bajaron la cabeza mientras sonaban las notas del himno de los Estados Unidos. Con este gesto hicieron ostensible su protesta, por la tensión racial que se vivía en su país.
El australiano Peter Norman, que había ganado la medalla de plata y que también se encontraba en el podio, los secundó con un adhesivo negro reivindicativo, pegado en su pecho, a la altura del corazón.
Lastimosamente después de este gesto, los atletas fueron expulsados de sus respectivos equipos y desalojados de la Villa Olímpica, porque el Comité Olímpico Internacional definió este acto como una “declaración política” reñida con el espíritu deportivo.
A su regreso a los Estados Unidos, estos dos deportistas recibieron amenazas de muerte, fueron atacados por la prensa, discriminados y tratados como delincuentes. No pudieron encontrar trabajo durante años, la mujer de John Carlos se suicidó, y Tommie Smith, a pesar de tener 11 récords mundiales de velocidad, más que cualquier otra persona en el mundo, el único trabajo que pudo conseguir es lavando coches en un parqueadero, sitio del que terminaron echándolo. Poco después, su esposa le pidió el divorcio.
Después de un tiempo, y debido a sus habilidades físicas, se dedicaron a jugar fútbol americano en varios equipos del país y de Canadá. Hoy en día se dedican al entrenamiento de atletas de alta competencia.
A pesar de su valiente protesta, estos héroes fueron prácticamente olvidados, aún por los mismos afroamericanos, que para evitar represalias, en ese tiempo también les dieron la espalda. Casi 40 años después, en el 2005, recién fueron homenajeados por su heroico gesto, con un monumento en su honor que se encuentra en el campus de la Universidad estatal de San José, California.
A su regreso a los Estados Unidos, estos dos deportistas recibieron amenazas de muerte, fueron atacados por la prensa, discriminados y tratados como delincuentes. No pudieron encontrar trabajo durante años, la mujer de John Carlos se suicidó, y Tommie Smith, a pesar de tener 11 récords mundiales de velocidad, más que cualquier otra persona en el mundo, el único trabajo que pudo conseguir es lavando coches en un parqueadero, sitio del que terminaron echándolo. Poco después, su esposa le pidió el divorcio.
Después de un tiempo, y debido a sus habilidades físicas, se dedicaron a jugar fútbol americano en varios equipos del país y de Canadá. Hoy en día se dedican al entrenamiento de atletas de alta competencia.
A pesar de su valiente protesta, estos héroes fueron prácticamente olvidados, aún por los mismos afroamericanos, que para evitar represalias, en ese tiempo también les dieron la espalda. Casi 40 años después, en el 2005, recién fueron homenajeados por su heroico gesto, con un monumento en su honor que se encuentra en el campus de la Universidad estatal de San José, California.
Casi nunca se habla del australiano Peter Norman, pero a él tampoco le fue mejor. El Comité Olímpico Australiano le prohibió volver a competir en cualquier Olimpiada, y terminó sus días hundido entre la depresión y el alcohol.
Me parece increíble que el Comité Olímpico Internacional, haya sancionado a estos deportistas, solamente por hacer una proclama de Derechos Humanos, y que en cambio haya permitido años antes el saludo nazi en el podio, en las Olimpiadas de Berlín en 1936.
Me parece increíble que el Comité Olímpico Internacional, haya sancionado a estos deportistas, solamente por hacer una proclama de Derechos Humanos, y que en cambio haya permitido años antes el saludo nazi en el podio, en las Olimpiadas de Berlín en 1936.
Referencias:
1, 2, 3, 4
7 comentarios:
Estos tres atletas merecen un desagravio por parte del COI.
Mi aplauso para ellos.
Gracias a personas como esas el mundo es menos injusto.
Saludos.
Ostras, yo no sabía el final de los negros que levantaron la mano... no sabía que habían sido expulsados...
Qué fuerte
de todas formas se nos abre la boca diciendo que no somos racistas y luego...
Besicos
Conocía la historia, pero nunca la había leído con la reflexión del párrafo final; que hace todavía más vergonzoso, si cabe, el comportamiento del COI.
Un saludo.
Hola Carlos:
El suicidio de la mujer de uno de esos humillados negros y el ocaso triste y abandonado del atleta blanco australiano es una demostración más de cómo el deporte en tiempos así ( y también después) no fue ni es capaz de sacarse sus anteojeras.¡Qué triste, amigo!
Lobizon,
Paso a saludar, te acabo de ver en lo de gabu y dije, vamos a ver en que anda.
Te leo con mas tiempo despues.
Que paso con ciudad de lobos? :)
Abrazo
Petra
La historia que nos regalaste hoy,me hizo recordar el mundial del '78 aquì,en Argentina...
Si bien yo era muy pequeña,aùn en el dìa de hoy,se continùa hablando de todo lo que se tapò y no se dijo en la dictadura militar,dejàndolo todo envuelto en la supuesta magia mundialista...
P.D.:A veces pienso en la valentìa que hay que tener,tanto para callar como para saber decir!!
MIS BESUCONES CABALLERO ;-)
Saludos Carlos. Hace mucho que no he podido verte en persona, pero permíteme felicitarte por tu magnífico blog. Ahora bien, la valentía de estos atletas es admirable y precisamente esta entrada (en tu bitácora tan visitada) es un pequeño, pero justo homenaje precisamente a quienes las arenas de los tiempos han cubierto. Por cierto, mi madre es Berthita (de Distrilujos)... Ahí tú dices: ¡Ah! sí, el flaco de lentes.
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