martes, marzo 02, 2010

El 'Spirit of St. Louis' sobre el Atlántico

El "Premio Orteig" fue creado el 19 de mayo de 1919, y estaba dotado con $ 25.000 como incentivo para la primera persona que fuera capaz de volar desde Nueva York hacia París o viceversa ininterrumpidamente, sin escalas.
Este significativo premio económico fue una iniciativa del empresario hotelero Raymond Orteig, propietario de un hotel de lujo en Nueva York.
Durante cinco años nadie fue capaz de cumplir tal desafío, por lo que en 1924 Orteig volvió a renovar la oferta, a la que ya se empezaron a presentar competidores porque el estado de la tecnología había avanzado de tal manera que podría hacerse factible una travesía como esa.

El sueño de cruzar el Atlántico, de unir dos continentes, de conectar a América con Europa mediante "un solo vuelo y sin escalas" se había convertido en el reto del siglo, pero intentar conseguir este sueño costaría algunas vidas.
Una travesía así de larga que cubriese los seis mil kilómetros que separan a París de Nueva York demandaría muchas horas de pilotaje que de ninguna manera podía hacerlo una sola persona, se necesitaba un copiloto para alternar el mando del avión al menos cada ocho horas. Varios aviadores famosos tomaron el reto y fracasaron, el océano se tragó sus naves con piloto y copiloto.
Entre las vidas que se perdieron intentando superar esta prueba estuvieron las del Capitán Charles Nungesser y su ayudante François Coli, famosos aviadores franceses y héroes de la Primera Guerra Mundial.

Charles Nungesser (derecha) y François Coli

Ellos despegaron el 8 de mayo de 1927 desde París con rumbo a Nueva York en su famoso "Pájaro Blanco", un biplano Levasseur Pl 8. Su último contacto por radio fue luego de cruzar la costa de Irlanda. La desaparición del "Pájaro Blanco" es uno de los grandes misterios de la historia de la aviación. Circularon muchos rumores sobre el destino del avión y sus tripulantes pero se presume que se perdió en medio de unos nubarrones sobre el Atlántico.

Otros participantes que fracasaron en la prueba fueron el famoso “as” de la Primera Guerra Mundial, René Fonck, Clarence Chamberlin y hasta el almirante Richard E. Byrd, quien fuera el primer explorador del Ártico. La competencia nuevamente se tornó fatal cuando Noel Davis y Stanton H. Wooster murieron en el intento.

Hasta ese momento, unir ambos continentes en un solo vuelo seguía siendo una hazaña imposible, pero era algo que hacía soñar al mundo porque se vislumbraban viajes, encomiendas y correos en mucho menos tiempo que los 12 días -en promedio- que demoraba un barco o vapor en cruzar el Atlántico. Los rugientes años 20 necesitaban de un héroe, que pronto estaría por llegar.

Charles Lindbergh era un joven piloto del ejército de los Estados Unidos que pensaba que cruzar el Atlántico "sin escalas" no era imposible con una buena nave. Tampoco lo intimidaba la muerte ni el fracaso de otros pilotos mucho más experimentados que él.
Logró el patrocinio de nueve empresarios de St. Louis y mandó a construir un monoplano de ala alta a la empresa Ray Co. de San Diego.
La nave se construyó a toda prisa en mayo de 1927 porque una larga lista de célebres pilotos de todo el mundo querían ser los primeros en lograr la hazaña.
Ordenó que fuera un motor de 9 cilindros y de 220 HP, el resto tenía que ser lo más liviano posible y con capacidad para llevar los 450 galones de combustible y 100 litros de aceite que había calculado.

Charles Lindbergh

En un inicio los fabricantes pensaron que estaba loco ya que pidió que no le pusieran la radio de telecomunicaciones ni el sextante, ambos artefactos imprescindibles para guiarse, pero Lindbergh aducía que le aumentaban peso innecesario a la nave. Hizo también que sacaran el asiento del copiloto ya que aseguraba que podía realizar la travesía él solo, sin ayuda. También suprimió el tapizado, la pintura y los cables innecesarios del sistema eléctrico. Es decir, sacrificó la comodidad con tal de tener una nave aerodinámica y de menos peso.

Lindbergh junto a su nave

Cuando la nave estuvo lista, fue bautizada como "Spirit of St. Louis" y su primer y único viaje de pruebas, fue hasta la ciudad de Nueva York calibrando del uso de combustible.
Sin tanto preámbulo y con un pronóstico del tiempo apenas "aceptable", el 20 de mayo Charles Lindbergh despegaba desde una pista de césped en Nueva York hacia París, ciudad en la que aterrizó después de 34 horas en el aeropuerto Le Bourget. Lindbergh había volado sin interrupción 3.600 millas.


Confesaría más tarde que tuvo que luchar contra el sueño para no dormirse, además que la inestabilidad del avión debido a su ligereza y la niebla persistente dificultaron mucho su tarea.

Es muy posible que ahora esta hazaña no les parezca "tan relevante", pero para que ustedes tengan una idea de lo que representó el vuelo de Lindbergh sobre el Atlántico, muchos historiadores comparan esta travesía con la llegada del hombre a la luna, ya que así de grande fue la expectativa mundial. Tomemos en cuenta que para esa época, una de cada tres familias de Europa occidental tenía algún familiar que había emigrado al nuevo continente, y que las encomiendas y correos dependían exclusivamente del transporte marítimo. Este vuelo de 34 horas sobre el Atlántico, hizo que la gente empiece a ver al mundo más pequeño.


Al llegar a París lo recibió el presidente de esa nación junto a más de 100.000 personas, y tuvieron que resguardar la nave que casi es desmantelada por coleccionistas que sabían la magnitud de la proeza.
A su regreso a Estados Unidos, una flota de buques de guerra y aviones lo escoltaron hasta Washington donde el presidente Calvin Coolidge le entregó la más alta condecoración estadounidense.

En este hecho marcó un antes y un después no sólo en la historia de la aviación, sino en la forma de comunicarnos y sentirnos vecinos dentro de un mismo planeta.


Son esas pequeñas cosas, esos pequeños retos que muchas veces nos hacen quedar como locos ante el resto de la gente, los que han permitido que sigamos evolucionando como sociedad.
El "Spirit of St. Louis" se encuentra actualmente expuesto en el Museo del Aire y del Espacio en Washington DC.

Fuentes:
Wikipedia, Portalsedna, Fac.mil

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravillosa historia de perseverancia y empeño, una prueba de que lo imposible es lo no intentado.

Que sería del mundo sin locos osados?

Besos Carlos con todo mi cariño y afecto.

Lara dijo...

Bueno, ya dicen aquello de "los locos somos los que hemos perdido todo menos la razón"
Muuuuuuuuuuuacks1

TORO SALVAJE dijo...

Un valiente.
Hay que tener mucho valor para atreverse en aquel tiempo a hacer algo así.

Saludos.

MentesSueltas dijo...

Hola, estas historias nos hace pensar que nada es imposible... hermoso.


Te abrazo
MentesSueltas

Syl dijo...

Los valientes guían el mundo y el futuro...sin ellos, seguiríamos en la época del cromagnon!!!!

Genial historia Charlie, como siempre.

Besitos.

Belén dijo...

Fíjate, con lo requetebien que lo hacemos ahora, la hazaña que se hizo hace menos de 100 años...

Besicos

Gabiprog dijo...

Arrojo y planificación. Buena combinación.

GABU dijo...

Persevera y triunfaràs se habrà dicho una y mil veces CHARLES...
jajjajajajaja

P.D.:CaUsal casualidad que fuera tan persistente el tocayo?? ;)

BESITOS ALOCADOS

esteban lob dijo...

Gracias a gente tan valiosa, es que podemos entregar a nuestros descendientes un mundo distinto.

En la actual situación que vivimos en Chile y en que mucha gente se siente incomunicada, pienso en los terremotos previos a 1922, año en que se hizo la primera transmisión radial en nuestro país.
¡Como sería!

Un abrazo.

Julius Contreras dijo...

Tremendo reto, si señor. Para la tecnología existente, el pilotar solo sin un copiloto y sin medidas mínimas de guía, era realmente una audacia. Pero, como mencionas, son estas locuras las que permiten a la humanidad adentrarse a descubrir cosas que luego hacen más grande a nuestra especie. Un abrazo.

Un chico de Lima dijo...

simplemente fenomenal... grcias!

 
Ir Arriba