Erase una vez...

Ella acababa de secar sus lágrimas. Era de noche y seguía sentada en ese mismo bosque donde tejió tantos sueños de un reencuentro que nunca se daría. Miró al cielo un instante pidiéndo respuestas, estaba obscuro. La noche presagiaba tormenta.
Se abrazó a sus rodillas para no sentir ese viento gélido. Fue en vano. Ese viento salía de su alma.
Mientras se hundía en su confusión, algo la sobresaltó. Sintió pasos detrás suyo. Giró la cabeza y su mirada se encontró con los brillantes ojos de un Lobo.
No se asustó. Su dolor era tan grande que ni siquiera tuvo miedo. Solo sonrió y siguió acurrucada.
El lobo rompió el hielo:
- Pensé que saldrías despavorida gritando- le dijo-
- No temo a los lobos -respondió ella- ya los conozco bastante, fuí presa de uno.
- Me interesa tu historia -dijo el lobo sentándose sobre sus patas traseras.
- Llevo mucho sin dormir y sólo se llorar. Vete a buscar a otra! - dijo la mujer sin mirar al lobo.
- Si no te importa, te llamaré Mariana - dijo el lobo.
- Llámame como quieras. Yo no te pondré nombre. Para mi solo eres un Lobo y punto! - la mujer cerró los ojos.
- Da lo mismo. Vine porque tu dolor me llamó. ¿Por qué es tan grande? - el Lobo se acercó a la mujer con sigilo.
- No lo sé - la voz le salió como un quejido - Solo sé que se instaló aquí dentro - se señaló con las manos el pecho - y no me deja respirar. Supongo que debería acostumbrarme, ¿no crees?
- ¿Por qué deberías acostumbrarte al dolor? - el Lobo hablaba ahora extrañado.
- Porque es el único sentimiento que me queda después de decepcionarme de un hombre temeroso de amar. ¿O será que mi corazón ya ha muerto? - ahora la mujer vió al lobo con un brillo de esperanza en sus ojos.
- No digas tonterías. Tu puedes superar eso Mariana! - el Lobo parecía molesto y se levantó. Se marchaba.
- ¿Te vas? - la mujer se asustó un momento. No quería quedarse otra vez sola.

El lobo la miró un momento, pequeña y frágil. En ese momento le hubiese gustado ser hombre, humano. Sí, ser hombre para tomarla entre sus brazos. Pero solo era un lobo. Y los lobos no abrazan, no aman. Sólo hablan. Sólo están ahí. Él era el lobo de esa mujer.
Y lentamente, en silencio, se dio media vuelta, se marchaba ya...

Ella lo llamó, le dijo:
- Lobo, ¿te gusta el bossa nova?
El Lobo se detuvo, giró la cabeza - Si, me gusta Joao Gilberto -le dijo
- ¿Bailamos? Sugirió ella…