jueves, diciembre 26, 2013

El ciego que dio la vuelta al mundo sin ayuda

James Holman viajó a lo largo de toda su vida la increíble distancia 280000 kilómetros, casi la misma distancia que nos separa de la luna, más de lo que nunca nadie antes de su época había viajado. Ni siquiera gente de la talla de Marco Polo o Alejandro Magno se acercan a esa cifra. De hecho, fue un récord que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, y lo hizo, increíblemente, a pesar de estar totalmente ciego y sufrir un reumatismo agudo. Cuenta en sus crónicas que a menudo los dolores eran tan fuertes que ni siquiera podía salir de la cama. Luego, cuando sus dolencias mermaban, volvía a levantarse sin ayuda, tomaba su viejo bastón y continuaba recorriendo el mundo. Un tipo impresionante.

Este célebre viajero inglés, nació en Exeter en 1786. Fue un niño completamente saludable que nació con una visión perfecta y con la que soñaba viajar por el mundo. Por eso, a la edad de doce años, se unió a la Real Marina Inglesa y zarpó hacia el Atlántico Norte. Se desempeñó allí durante una docena de años llegando a alcanzar con honores el rango de Teniente. Por esa época su labor consistía en patrullar las gélidas aguas de Canadá y Nueva Inglaterra.

La vida en el mar era brutal y dependía mucho de la suerte, algo que James Holman no tuvo de su lado. El constante frío y la humedad deterioraron su organismo con pocos años. Sus huesos comenzaron a sufrir dolores misteriosos y muy intensos. El dolor de los pies y los tobillos inflamados comenzaron a atormentarle de tal manera, que un día James ya no pudo caminar. Inservible para la marina, el teniente Holman fue enviado de vuelta a Inglaterra en 1810; prácticamente era un inválido.


Tte. James Holman en su juventud

Pero lo peor estaba por suceder. Mientras se recuperaba en el balneario de Bath, la vista también le empezó a fallar. No está claro el por qué, pero se deduce tal vez hubo un vínculo con el reumatismo y el escorbuto. De ahí en adelante, su deterioro físico fue rápido y catastrófico. En cuestión de semanas James Holman se quedó sólo, casi completamente paralizado y ciego. Tenía apenas 25 años de edad.

A principios del siglo XIX, las personas ciegas eran vistas, a lo sumo, como seres que inspiraban piedad o caridad. A nadie se le ocurriría contratar a un hombre que no podía ver, aunque hubiese sido un destacado marino como Holman. Se esperaba que los ciegos se conformasen con una vida de mendicidad en las calles, y que usaran una venda atada alrededor de sus dañados ojos, para evitar "perturbar" a los sensibles transeúntes.

Holman tenía muy claro que no quería vivir así. Él no iba a ser tratado como alguien digno de caridad. En cuanto sus adoloridos huesos se lo permitieron, se levantó de su lecho y empezó a aventurarse solo, aprendiendo a navegar por calles de Londres, guiándose siempre con la punta metálica de su largo bastón. A dondequiera que iba, siempre se presentaba con su impecable uniforme azul de Teniente de la Marina Real, y como parte de un pequeño capricho o vanidad, siempre se negó a usar la venda sobre sus ojos.

Por sus años de desempeño en la Marina Real pudo acceder a un beneficio inesperado y logró ser aceptado como Caballero Naval, un cargo honorífico para los navegantes con discapacidad, a quienes se les entregaba una asignación anual (a manera de jubilación) y alojamiento gratis en el Castillo de Windsor, donde la única condición u obligación, era asistir dos veces al día a escuchar misa y rezar por su Rey. Fue en el Castillo de Windsor donde empezó la dura pero necesaria tarea de afinar el resto de sentidos que le ayudarían de ahora en adelante, el oído, el tacto y el olfato. Con ellos, él pensaba, lograría suplir a sus ojos.



También se propuso ser un hombre más culto y decidió estudiar. Inscribirse en la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo parecía ser una idea descabellada. De hecho, Holman había abandonado la escuela a los doce años de edad porque no le gustaba. Ahora que estaba empecinado con su idea, asistió a clases a pesar de que el sistema braille todavía no se había inventado. Nuevamente demostró su tenacidad y logró completar sus estudios asistiendo a conferencias en varias ocasiones - una vez, dos veces y hasta tres veces - hasta que estaba seguro de haber asimilado toda la información. Poco después, siguiendo el consejo de su médico, James salió de Escocia y partió hacia el Mediterráneo en busca del sol, de un clima más benigno que aplaque el dolor de sus huesos.

Claro, lo que su médico tenía en mente era un crucero de placer por el sur de Francia, acompañado de una enfermera y un par de asistentes, pero el modesto presupuesto de Holman no alcanzaba para darse esos lujos porque a duras penas podía mantenerse solo. Pero eso no fue ningún impedimento para el ex marino, de todas formas, cojeando y con su bastón se subió a un ferri de cuarta hasta Calais, y ya en Francia, siguió viajando hacia el sur por tierra completamente solo. Esta, sin duda, fue la mejor decisión de su vida.

El trayecto que siguió habría sido un infierno para cualquier hombre sano. Las carreteras de Francia en esa época eran desastrosas, llenas de lodo, baches y trincheras, resultado de tantos años de guerra. En los trayectos que se hacía en autocar, los pasajeros eran hacinados como animales de carga, uno encima de otro; y para completar el panorama, había un inconveniente adicional: Holman no sabía nada de francés. Aún así, lleno de optimismo y amor a la vida, en su cuaderno de viaje escribía: "¡Heme aquí, pues, en Francia, rodeado de un pueblo, para mí, extraño, invisible e incomprensible!"

Su salud mejoró notablemente y su espíritu volaba. Era tanta la energía que le proporcionaba la nueva aventura que literalmente se desbordaba en hiperactividad. Hubo algunas veces que en los tramos lentos de la carretera sentía la necesidad de ejercitarse y se le ocurrió una descabellada idea: atar un trozo de cuerda en la parte trasera del autocar y luego correr tras el. El ejercicio lo vigorizaba, se estaba convirtiendo en un típico aventurero.

De esa forma James Holman recorrió Francia durante un año, haciendo unas medianas pausas en París, Toulouse y Montpellier. Sin lugar a dudas el Teniente debe haber sido un espectáculo curioso: un ciego inglés de buenos modales, alto, delgado y con su uniforme azul marino, sólo que a su atuendo ahora le había añadido un gran sombrero de paja.


James Holman

Ya era un experto en manejarse por pueblos y ciudades extrañas guiándose por el tap-tap de su bastón, absorbiendo y analizando, aprendiendo de los sonidos y los olores de las plazas y mercados, sintiendo y descubriendo a cada paso nuevos caminos, iglesias, edificaciones. Siempre el caballero perfecto, las mujeres confiaban rápidamente en él y le dejaban explorar sus rostros con las manos. Holman era un tipo encantador, y aún en su condición de ciego, conservaba su buen ojo para las damas.

La gente le preguntaba constantemente que cómo era posible que un hombre ciego pudiese disfrutar del turismo. El les contestaba que su ceguera intensificaba los placeres de viajar. Eso le daba lo que él llamaba "algo más fuerte que la curiosidad", algo que lo obligaba a hacer una pausa y examinar todo profundamente.

Después de su aventura por Francia, Holman debió haber regresado a casa, puesto que los Caballeros Navales así como gozaban de privilegios, también tenían obligaciones. Le habían dado el permiso de un año desde el castillo de Windsor, ni un día más. Ahora debía volver para cumplir con el principal deber de un caballero Naval: asistir a la capilla dos veces al día. Pero Holman no estaba hecho para una vida así, el no podía vivir encerrado en un castillo, el necesitaba viajar, cada día quería llegar más lejos, así que en vez de regresar, prefirió avanzar hacia Italia.

En Roma, nuestro ciego aventurero se trepó dentro de la cúpula de la Basílica de San Pedro e intentó (sin éxito) pasar por una ventana para salir por el techo. Expulsado del Vaticano, se dirigió a la cima del Vesubio, recordemos que por aquella época el volcán estaba peligrosamente activo. Se convirtió en la primera persona ciega en alcanzar la cima del famoso volcán.

Mapa del primer viaje de James Holman


En la cercana Nápoles, Holman se encontró con un viejo amigo, también marino, un hombre que en sus cuadernos él lo llama el Sr. C. Este anónimo Sr. C se había vuelto sordo desde que habían servido juntos en el Atlántico y al igual que nuestro personaje, también había desarrollado una gran pasión por los viajes. Así que el ciego y el sordo se unieron y viajaron juntos a través de Suiza, Alemania y los Países Bajos. Fue la primera y única vez que Holman viajó acompañado.

Los amigos se separaron en Ámsterdam y fue entonces cuando Holman tomó un ferry de regreso a Gran Bretaña. Había estado fuera más de 700 días y por supuesto, fue sancionado. Fue expulsado del castillo de Windsor por casi un año.

Sin embargo, se quedó en Inglaterra sólo el tiempo suficiente para dictar un libro sobre sus aventuras en Europa*, y antes de que sus memorias llegaran a las estanterías, ya se había ido de nuevo. Su reciente paseo por Europa había sido sólo un calentamiento puesto que ahora se había empecinado en lograr una aventura más grande: un circuito completo alrededor del mundo.

En la década de 1820, una vuelta completa al mundo entraba en el terreno de la fantasía. Solo unos pocos marineros y comerciantes avezados lo habían hecho, y lógicamente, eso era algo prohibitivo para los viajeros independientes, primero, porque hacerse a la mar siempre ha sido peligroso, segundo, conseguir un buque de vela con tripulación propia, era demasiado caro, y tercero, porque en esa época ese viaje te tomaría el resto de tu vida. Sólo a un loco se le ocurriría que eso era posible, y ese loco era el Teniente James Holman.

Holman tenía un plan: reduciría el costo de los viajes por mar, viajando en la medida de lo posible por tierra, en transporte público, durmiendo en hostales y alimentándose en plazas y mercados. Ahora, la única ruta posible para llevar a cabo su plan, era una ruta que nadie antes la había intentado. En lugar de navegar hacia el oeste hacia el Nuevo Mundo, el tendría que empezar por ir hasta el vasto imperio ruso, cruzaría Siberia, y pasaría por el Estrecho de Bering hacia América en algún caritativo barco ballenero. Bueno, ese era su plan.
El viaje comenzó bien. Holman llegó en barco a San Petersburgo, a continuación tomó un trineo público a Moscú, pero cuando le comentó a la gente acerca de sus planes de seguir hacia Siberia, nadie se lo creyó. Pensaban que estaba loco.

Su determinación era inquebrantable. Compró un carro viejo y contrató un conductor, y abastecido de una buena cantidad de té, de medicina y cuatro barriles de brandy, emprendió su camino hacia las estepas siberianas. El viaje, en sí, fue una experiencia muy desagradable. Pasajero y el conductor no tuvieron nada más que pan duro para comer durante varios días. Una semana se enfrentaron a temperaturas bajo cero, y a la siguiente se encontraban en un pantano, presa de insectos y mosquitos que se dieron un banquete con sus rostros. En cierta ocasión, Holman pudo escuchar un fuerte ruido de cadenas, se dio cuenta de que estaban pasando cerca de una columna de convictos que marchaban condenados al exilio en Siberia.

Tres meses y 3500 km después de salir de Moscú, los viajeros llegaron magullados y congelados a Irkutsk, capital de Siberia Oriental. Y allí, después de una cálida bienvenida, Holman fue detenido repentinamente bajo sospecha de espionaje y fue llevado de vuelta hacia Moscú. Poco después apareció un agente de la policía secreta del zar con la orden de escoltar Holman fuera de Rusia. El inglés fue puesto en un trineo y conducido a miles de kilómetros hacia el oeste a una velocidad vertiginosa. No hicieron ninguna parada hasta llegar a Polonia. Fue arrojado en la frontera y obligado a salir de Rusia.

Mapa de su fallido segundo viaje que le costó una estadía en Siberia y la expulsión de Rusia

Un desconcertado y perplejo Teniente Holman hizo su camino de regreso a casa, llegando sano y salvo en junio de 1824. Había estado fuera dos años y un día. Su vuelta alrededor del mundo había fracasado, pero una buena noticia lo esperaba: su libro se había estado vendiendo como pan caliente y ahora era famoso. Aquel ex marino, llamado ahora "El Viajero Ciego", se había convertido en una celebridad.

Después de escribir un segundo best seller sobre su aventura siberiana*, se puso nuevamente en movimiento. Ahora, con las regalías de sus libros ya podía darse el lujo de intentar una vuelta al mundo navegando. Habló con personas influyentes en el castillo de Windsor, les explicó que por motivos de salud debía viajar constantemente a lugares más soleados. Tomando al pie de la letra sus peticiones, le ayudaron a que forme parte de la tripulación de un barco británico que zarpaba hacia África occidental, en aquel entonces conocida como “la tumba del hombre blanco”.

Fue enviado en una fragata de la Marina Real que iba a establecer un asentamiento británico en la Isla de Fernando Poo, en la costa oeste de África. A diferencia del resto del continente, se pensaba que esta isla estaba libre de malaria, que tenía un aire limpio refrescado por la brisa ligera del mar. La tripulación esperaba encontrarse con un pequeño paraíso tropical, pero la verdad, es que se encontraron con el infierno.

La malaria arrasó rápidamente con los ingleses. De los ciento treinta y cinco hombres que llegaron en la fragata, sólo doce sobrevivieron a la expedición. Sin embargo, y a pesar de la terrible cifra de muertos, Holman transitó por aquella pequeña e infecta isla durante más de un año ayudando a su amigo, el capitán Owen, a construir una base de abastecimiento, y por primera vez tuvo suerte con su salud, pudo salir con vida. Fue en aquella isla donde Holman decidió dejarse crecer una enorme barba, la que mantuvo durante el resto de su vida.

Tte. James Holman

Poco después logró engancharse en un barco holandés, en el se trasladó a Brasil. A partir de allí comenzó una serie de viajes por mar que por fin realizaron su sueño de dar la vuelta alrededor del mundo. Primero fueron Sudáfrica, Zanzíbar y Mauricio. Luego siguieron Ceilán (actual Sri Lanka), Calcuta y Cantón (ahora Guangzhou). De China se dirigió a Australia, y luego fue a través del Pacífico, rodeando el Cabo de Hornos en la punta austral de América del Sur, regresó a Brasil, y poco después a casa.

En Brasil aceptó una invitación para inspeccionar una mina de oro (no se molestó en llevar una linterna). En Sudáfrica aprendió a montar a caballo y se internó en la selva con jóvenes africanos que no hablaban inglés. En Ceilán, participó en una cacería de elefantes. Cruzó Zanzíbar y Tasmania a pie. Y en China le dio unos cuantos toques a una pipa de opio.

Pero no todo fue un camino de rosas: en una de sus excursiones fue atacado por un enjambre de avispas, fue arrojado y arrastrado por un caballo, y en varias ocasiones su reumatismo le paralizó. Pero él siempre siguió adelante, con paciencia y tenacidad, y siempre luciendo orgulloso su ya descolorido uniforme naval y en la mano derecha su infaltable compañero de aventuras, su viejo bastón. En sus escritos JH ha dejado testimonios de lo que para él era la vida y sus creencias, de hecho, se refiere en muchas ocasiones a "la protección divina y a lo bondadosa que le resultaba la humanidad”. Tenía sus razones: en cinco años de recorrer el mundo ni una sola vez fue atracado o robado.

Este fue su tercer gran viaje, una vuelta al mundo, que empezó viajando de África a Brasil

El viajero ciego estuvo de regreso en Inglaterra para 1832 y se puso a trabajar en su tercer libro llamado: "Un viaje alrededor del mundo, incluyendo África, Asia, Australasia, América, desde 1827 hasta 1832”. Pero este nuevo libro no fue tan bien recibido como los anteriores. La novelería de leer a un turista no vidente se había agotando. Nuestro aventurero había pasado de moda, y de alguna manera ahora era visto como un bromista, por decirlo de una forma más acertada, en un charlatán.

Pasaron ocho largos años antes de que pudiera viajar de nuevo. En 1840, Holman (ahora de cincuenta y cuatro años), una vez más emprendió solo y con un presupuesto mínimo, esta vez rumbo al Mediterráneo y Oriente Medio. Visitó España, Portugal, Grecia, Turquía, Siria y Tierra Santa. Pasó a través de Libia, Túnez y Egipto. Subió a los Balcanes y cruzó Bosnia, Montenegro y Hungría. Este viaje fue muy largo, estuvo fuera de su patria durante seis años. Ya nadie se acordaba de él cuando regresó, casi todos lo habían olvidado. 

Esa actitud de los ingleses fue extraña. Según su biógrafo, Jason Roberts, Holman ahora había sumado ya 250000 kilómetros de viajes. Solo, ciego, reumático, sin ningún conocimiento previo de las lenguas nativas y con sus precarios ahorros, había viajado una distancia equivalente de la tierra a la luna.

James Holman vivió sus años restantes en el este de Londres, junto a los muelles, en una parte pobre de la ciudad, llena de bares y burdeles marineros. No era el lugar adecuado para un caballero Naval, pero si fue el lugar ideal para un viejo de barba blanca, vagabundo y enfermo, que ahora necesitaba que los sonidos y los olores del mundo vengan a él.

El Viajero Ciego murió el 28 de julio de 1857, a los setenta años de edad. Una semana antes de su muerte había terminado su autobiografía, pero ahora ninguna editorial estaba interesada en publicarla. El manuscrito, con el tiempo se perdió.


* 1 : El primer libro de Holman se llamó: "La narración de un viaje, realizado entre 1819, 1820 y 1821 , a través de Francia, Italia , Saboya , Suiza, partes de Alemania Bordeando el Rin , Holanda y los Países Bajos" .

*  2 : Otro título memorable: "Los viajes a través de Rusia, Siberia, Polonia, Austria, Sajonia, Prusia, y Hannover realizados durante los años 1822, 1823 y 1824, y que comprende una relato del autor mientras fue prisionero del Estado de la parte oriental de Siberia".

Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

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domingo, diciembre 15, 2013

Cuando Mickey Mouse ayudó a su país en la Segunda Guerra Mundial

Durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Imperial Japonés desarrolló un programa encubierto de investigación de armas biológicas y llevó a cabo infames experimentos sobre varias poblaciones chinas, en especial, sobre Manchuria y Pekín.

Poco después, los japoneses bombardearon Pearl Harbor y recién ahí los estadounidenses se dieron cuenta de que el riesgo era real, de que su territorio podía ser atacado no solo con armas convencionales, sino también, con armas químicas como las que se utilizaron sobre China.

Precautelando la seguridad nacional, el gobierno de los Estados Unidos distribuyó máscaras de gas a la población de Hawái, pero estas máscaras estaban hechas como para un adulto y no sólo que no se ajustan a las facciones de los niños, sino que eran dispositivos que causaban pánico entre los pequeños, lo que hacía aún más difícil que un niño se la ponga. La solución no tardó en llegar: se aprovechó la simpatía que los niños sentían por Mickey Mouse y se elaboraron mascaras de gas infantiles, con el rostro del icónico ratón.

Imagen del Bishop Museum Archives: Niños de Honolulú utilizando máscaras de gas

La producción de las máscaras de gas infantiles comenzó en 1942, un mes después de que el Japón bombardeara Hawái. El mismo Walter Disney se encargó personalmente del diseño. La máscara fue diseñada para adaptarse cómodamente a niños de uno a cuatro años de edad. Su función básica era la de ser una máscara, un juguete como cualquier otro, pero que a la vez tuviese una aplicación práctica. Se suponía que los niños la tenían que llevar puesta a todas partes y usarla "como parte de sus juegos" con la finalidad de que la máscara sea emocionalmente cómoda, y en lo posible, lograr que ellos mismos activen el equipo de protección rápida cuando sea necesario.

Walt Disney mostrando el boceto al General William Porter, el 8 de enero de 1942


Niña jugando con la máscara de gas de Mickey Mouse

Para las primeras pruebas se mandó a hacer mil máscaras infantiles, que dicho sea de paso y por suerte, nunca llegaron a utilizarse, ya que gracias a los correctivos tomados en el sistema de radares de las islas y sus intensos patrullajes navales, las mantuvieron a salvo durante el resto de la Segunda Guerra Mundial.



Como se hizo solamente ese pequeño tiraje para pruebas, ahora es casi imposible encontrar una de aquellas máscaras. Después de la guerra, el ejército las repartió casi todas en calidad de souvenirs para los más altos funcionarios, civiles y militares de la época.

Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4, 5

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jueves, diciembre 12, 2013

Cuando en Boston se prohibió celebrar la navidad

Prohibir la navidad suena un poco extremo, especialmente en el hemisferio occidental, (salvo si pensamos en Cuba donde el dictador Fidel Castro la prohibió durante cuatro décadas), pero lo curioso de esta historia, es que esto sucedió en una de las Trece colonias que después de un tiempo, se convertirían en el país más poderoso del mundo, navideño y capitalista por excelencia.

Las celebraciones navideñas estuvieron prohibidas legalmente en Massachusetts durante 22 años, pero fueron necesarios muchos años más para que fueran celebradas abiertamente como un día de reunión familiar y de descanso obligatorio. De hecho, no fue hasta mediados del siglo XIX, en que la navidad se puso de moda en Boston.

Los Padres peregrinos desembarcando del Mayflower

Cuando los Padres Peregrinos y puritanos llegaron en el Mayflower huyendo de Europa en 1620 trajeron con ellos su estricto y muy frugal estilo de vida, sus creencias religiosas y su desprecio por la Navidad, a pesar de que esta ya se celebraba ampliamente en Europa como fiesta cristiana que marcaba el nacimiento de Jesucristo.

Los puritanos tenían otro punto de vista. Lo veían como un falso día de fiesta con más vinculaciones al paganismo que al cristianismo. Como cristianos piadosos y reservados, tenían una fuerte aversión a la bebida y al baile asociado con los días de asueto.



Para entender la estricta posición de los puritanos en este sentido, debemos remitirnos a su época, a lo que estaban viviendo. En primer lugar, la navidad les recordaba a la Iglesia de Inglaterra y a las costumbres del viejo mundo del cual acababan de escapar. En segundo lugar, no consideraban que la celebración fuera verdaderamente religiosa. El 25 de diciembre no fue seleccionado como fecha del nacimiento de Cristo sino hasta varios siglos después de su muerte. En tercer lugar, las festividades por lo general incluían bebida, fiestas y juegos que de azar, todas ellas, mal vistas por la secta.

Colonia de la bahía de Massachusetts, que incluía a Boston, Maine y Plymouth entre otros.

A medida que el asentamiento en la bahía de Massachusetts crecía y seguían llegando más ingleses, las tensiones también aumentaron, especialmente entre los puritanos y los presbiterianos -mayores en número- que recién llegaban. En 1659, la prohibición se hizo oficial. El Tribunal General de la Colonia prohibió la celebración de la navidad y otros días de fiesta, al mismo tiempo que prohibía los juegos de azar y otros comportamientos considerados fuera de la ley, como el de beber alcohol u holgazanear. El Tribunal dispuso una multa de cinco chelines a quienes sean encontrados festejando o celebrando la fecha de forma pagana.


"La costumbre de mantener y celebrar la navidad es una deshonra para el nombre de Cristo. ¡Cuán pocos son comparativamente los que pasan esos días de fiesta (como se les llama) de una manera santa. Pero la mayoría se consumen en competencias, en interludios, en jugar a los naipes, en orgías, en exceso de vino, en una loca alegría ... "
- Reverendo Increase Mather, 1687

La prohibición fue revocada recién en 1681 por un gobernador nombrado por Inglaterra, quien también revocó otra prohibición puritana contra las fiestas y reuniones nocturnas los días sábado. Pero, cosa rara, incluso después de levantarse la prohibición, la mayoría de los colonos aún influidos por los puritanos, se abstenían  de organizar celebraciones y reuniones.

La visión puritana de la Navidad había ganado adeptos y se arraigó culturalmente en Nueva Inglaterra y la gente prefería no celebrarlas, a pesar de ser legales. Tuvieron que pasar casi dos siglos y fue recién en 1870 cuando la Navidad se convirtió en día festivo federal bajo el mandato del presidente Ulysses Grant, cuando la visión de los puritanos ya no era tan estricta como la de sus tatarabuelos, y más que nada, cuando los americanos de fines del siglo XIX vieron en ellas muchas oportunidades comerciales, y principalmente, el respeto a las libertades individuales y de culto.

Charles Dickens

Hay que reconocer y darle su crédito al escritor Charles Dickens que con su cuento Canción de Navidad, revivió ese espíritu festivo en Inglaterra y por ende en los Estados Unidos, país el que más leía su obra. Fue publicado por primera vez en diciembre de 1843, a inicios de la época victoriana, una época llena de nostalgia por las viejas tradiciones cristianas, combinada con la introducción de nuevas costumbres, como árboles de Navidad y envíos de tarjetas deseando paz y prosperidad. Las fuentes de Dickens para escribir su novela fueron, principalmente, las humillantes experiencias de su infancia, su simpatía por los pobres, y algunos cuentos navideños y de hadas de la época.

Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4, 5

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martes, diciembre 10, 2013

"Amo a mi esposa. Mi esposa está muerta." Conmovedora carta de Richard Feynman a su difunta amada

Richard Feynman, está considerado como uno de los más importantes científicos de la historia de la humanidad y sin duda fue uno de los más populares físicos del siglo XX.

Richard Feynman

Desarrolló su propio método para estudiar las interacciones y propiedades de las partículas subatómicas utilizando los denominados diagramas de Feynman. Su trabajo, investigaciones y dedicación a la física cuántica le hicieron acreedor al Premio Nobel de Física en 1965. En su juventud también fue parte del Proyecto Manhattan en el que ayudó a crear la bomba atómica. Entre sus múltiples contribuciones a la física destacan también sus trabajos exploratorios sobre computación cuántica y los primeros desarrollos de nanotecnología.

Breve historia de la carta: Arline Greenbaum y Richard Feynman fueron novios desde la secundaria y se casaron mientras Richard aún estaba en la universidad. Se amaban tanto que hicieron caso omiso de las advertencias de amigos y familiares, ya que por ese entonces, Arline estaba enferma de tuberculosis. Ellos eran conscientes de la situación y lo hicieron a sabiendas de que probablemente no tendrían mucho tiempo juntos. 

Richard y Arline Feyman, recién casados

 Cuando tuvo que trasladarse a trabajar en el Proyecto Manhattan, en Los Alamos, Richard dispuso que Arline recibiera su tratamiento lo más cerca posible a su lugar de trabajo, en Albuquerque, sitio donde falleció el 16 de junio 1945. Ella tenía apenas 25 años. Murió un mes antes de que su marido pudiera contarle que aquel proyecto secreto en el que trabajaba fue un éxito.

Casi un año y medio después, en octubre de 1946, Richard escribió a su difunta esposa la siguiente carta de amor y la selló en un sobre. La carta permaneció en su escritorio sin abrirse hasta después de su muerte en 1988.

Para Arline Feynman, 17 de octubre 1946
 D'Arline, te adoro, mi amor.
 Sé lo mucho que te gusta oír eso -pero no sólo lo escribo porque te gusta- lo hago porque escribirte me hace sentir una agradable tibieza interior. Hace ya demasiado tiempo desde la última vez que te escribí – casi dos años, pero sé que me perdonas porque entiendes cómo soy, terco y realista–,  y yo que pensaba que no había sentido en la escritura. Pero ahora sé, mi querida esposa, que lo correcto es hacer lo que me he demorado en hacer, y que hice tanto en el pasado. Quiero decirte que te amo. Que quiero amarte. Que yo siempre te amaré.

Me resulta difícil mentalmente entender lo que significa amarte después de que estás muerta, pero aún tengo deseos de consolarte y cuidarte, y también quiero que me sigas amando y preocupándote por mí. Quiero tener problemas para discutirlos contigo y quiero hacer pequeños proyectos juntos. Nunca lo pensé hasta hace un momento y supe que podemos hacerlo. ¿Qué debemos hacer? Empezaremos juntos a aprender a coser ropa – o aprender chino–  o conseguir un proyector de películas.

¿No puedo hacerlo ahora? No. Estoy solo, sin ti, y tú eras la mentalizadora y entusiasta de todas nuestras aventuras salvajes. Cuando enfermabas te preocupabas porque no podías darme algo que querías y pensabas que yo necesitaba. No debías preocuparte. Fue entonces cuando te dije que no había necesidad de hacerlo porque yo te amaba de muchas otras maneras, y demasiado. Y ahora es claramente más cierto, tu ahora no puedes darme nada pero te sigo amando porque no voy a amar a nadie más, y quiero que permanezcas ahí.

Tú, muerta, eres mucho mejor que cualquier otra persona viva. Estoy seguro que piensas que soy un tonto, que quieres que sea completamente feliz y que no quieres ser un obstáculo en mi camino. Apuesto a que estás sorprendida de que a estas alturas ni siquiera tenga novia después de dos años. Pero no puedo evitarlo, ni he querido, ni he podido – ni yo lo entiendo, porque he conocido a muchas chicas y muy agradables y no quiero estar solo– pero en dos o tres reuniones que tuve, eran ellas las que parecían sin vida. Sólo tu permaneces conmigo. Tú eres más real.

Mi querida esposa, yo te adoro. Amo a mi esposa. Mi esposa está muerta.

Rich.
PD Por favor, disculpa que no pueda enviarla por correo, pero no sé tu nueva dirección.

Fuentes y referencias:
1, 2, 3

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jueves, octubre 03, 2013

El Dux que perdió (literalmente) la cabeza por amor

El Dux (latín dux, «líder») o Dogo (del italiano doge) era el magistrado supremo y máximo dirigente de la República de Venecia. Su cargo y funciones eran equivalentes a las de los demás reyes europeos pero su poder era limitado por un consejo de nobles, el mismo que los elegía. Este modelo de gobierno funcionó durante más de mil años, entre los siglos VIII y XVIII.


En 1354 murió Andrea Dándolo, Dux de Venecia y para reemplazarlo fue elegido el patricio Marino Faliero, quien por entonces se desempeñaba como embajador de Venecia en Francia, donde recibió la noticia con la orden de que regresara cuanto antes.

Marino Faliero tenía setenta y seis años y desde hacía dos estaba casado con una mujer cuarenta años más joven que él. Durante su viaje de regreso a Venecia, el nuevo Dux no podía ocultar la satisfacción de su nombramiento, el más alto de la poderosa Perla del Adriático, y la de volver a reunirse con su bella esposa, de la que estaba separado hace un año por motivos de su cargo de embajador.

Marino Falieri, Dux de Venecia

El día de su arribo a Venecia fue recibido con vítores por el pueblo y por los magistrados de la ciudad que formaban el Gran Consejo. La multitud que esperaba al nuevo dux le aclamaba con gran entusiasmo. Entre las personas que le esperaban se encontraba su bella esposa, y nueva dogaresa.

Como expliqué anteriormente, Marino Faliero era un septuagenario y estaba casado con una bellísima treintañera llamada Aluycia Gradenigo, de quien se decía que, durante la ausencia de su marido, era cortejada por un noble veneciano llamado Michele Steno.

El caso es que a los problemas derivados del gobierno de la República (la guerra contra Génova, que obligó a cercar Venecia con enormes cadenas) se le unieron, pues, al pobre Marino Faliero sus propias dificultades domésticas, como la de tener una guapa esposa que era pretendida descaradamente por otro noble.

Parece ser que el joven patricio Michele Steno se enamoró perdidamente de la esposa del dux, o algo pasó durante su ausencia porque éste se mostraba cada vez más impertinente. Como noble, y con acceso al Palacio Ducal, la llegó a acosar de tal forma, que la dogaresa no se atrevía a salir de palacio sino para ir a San Marcos a oír misa y cumplir sus deberes religiosos. Y ojo, que el Palacio Ducal está junto a la Basílica de San Marcos. Estamos hablando de que el tipo era muy intenso.

Un baile de máscaras en la Venecia medieval (fuente)

Al poco tiempo llegó el Carnaval, tradición intocable en Venecia. En uno de los bailes celebrados en el palacio, Michele Steno, aprovechando el antifaz que le cubría el rostro, se acercó a Aluycia y quiso aprovecharse de ella. Ante la resistencia de la dogaresa -que llamó en su auxilio a unas damas que estaban cerca de ella-, Steno huyó, pero antes grabó con su puñal unas frases irónicas para Aluycia y su marido en la madera del escritorio del propio dux.

Masked Venetians by Pietro Longhi

Al enterarse Marino Faliero del incidente y del abusivo acoso hacia su esposa, en su calidad de Dux mandó detener a Steno y lo denunció ante el Tribunal de la Quarantía, una especie de función judicial. Faliero esperaba una condena a muerte o a prisión perpetua, pues el caso era grave tratándose de un insulto directo al Dux, pero los miembros del tribunal eran todos patricios parientes o amigos del acusado, al que condenaron sólo a un año de prisión. ¿La razón? Desde mediados del siglo XIII el poder del Dogo ya no era tan omnímodo como en tiempos pasados. La aristocracia veneciana controlaba las atribuciones ducales, de manera que el Dux ni siquiera podía conceder audiencias o abrir la correspondencia dirigida al gobierno sin la presencia del Consejo de los Diez, a los cuales, la Constitución de la Serenísima República de Venecia concedía poderes extraordinarios de control, para evitar que el gobierno del Dux cayese en la tiranía. En otras palabras, tenía más poder un grupo de aristócratas con leyes hechas por y para ellos, y el Dux se había convertido en un elemento decorativo.

Faliero montó en cólera pero no pudo hacer nada: las decisiones del Tribunal de la Quarantía (formada por aristócratas que se apoyaban entre ellos) eran irrevocables.

Poco después del infeliz suceso, el Dux fue visitado por el almirante Stefano Ghiazza, quien se quejó a Faliero de la actitud de un rico patricio, Marco Barbaro, que le había ofendido de palabra y obra, y le pidió justicia.
—¿Cómo quieres obtener justicia si yo, el dux, no la he podido obtener? Ya has visto que el Tribunal de la Quarantia es un clan formado por patricios que se apoyan unos a otros.
—Demasiada gente manda en Venecia —dijo Ghiazza—. Es necesario dar un escarmiento. El que manda debe ser obedecido.
—Es fácil decirlo, pero ¿cómo lo hago?
—Tengo gente dispuesta a ello. Si tú quieres no habrá en Venecia otro poder que el del Dux.

Realmente es difícil saber si fue por razones políticas o ansias de vengar el honor ofendido de su esposa, pero Marino Faliero formó parte de una conjura para eliminar el poder de los patricios de la Quarantia. No dijo nada a su esposa para no preocuparla.

Se fijó el golpe de estado para el día 15 de abril. Los conspiradores eran tres nobles, unos cuantos militares y unos pocos mercaderes. A uno de éstos mercaderes se le fue la boca y terminó confesando el plan a un miembro del Consejo de los Diez. La reacción del Tribunal de la Quarantia fue inmediata. Se reunió con el Consejo, ordenaron el arresto de Marino Faliero y condenaron ese mismo día al Dux de Venecia, a ser decapitado.

Los últimos momentos del Dogo Marin Faliero, óleo de Francesco Hayez

Durante el amanecer del 17 de abril de 1355, Marino Faliero fue conducido a las escaleras del Palacio Ducal, donde se le despojó del "corno" (sombrero) y del manto de oro de los Dogos; se le impuso un manto negro de traidor y el verdugo lo decapitó de un solo hachazo. Luego, su cuerpo fue mutilado. A poca distancia los miembros del Consejo de los Diez gritaban: "¡El traidor ha sido ejecutado! ¡Venecia ha hecho justicia!".

La ejecución de Marino Faliero, de Eugène Delacroix , 1827

La dogaresa Aluycia fue expulsada casi a empellones del Palacio Ducal y obligada a pasar ante lo que quedaba del cuerpo de su marido. Luego fue conducida hasta el palacio de su familia y allí pasó el resto de su vida, cayendo en los abismos de la depresión hasta perder por completo la razón. Nunca más volvió a salir; nadie jamás la volvió a ver.

Michele Steno, que durante los acontecimientos se encontraba encarcelado, fue liberado al cumplirse su condena. Ahí recién se dio cuenta de lo que su insensato amor había provocado. Profundamente arrepentido, intentó en vano rehabilitar el nombre de Faliero y de su esposa. Pasó el resto de su vida sin atreverse ni siquiera a acercarse al palacio en que la ex dogaresa residía. Cuando Aluycia murió, treinta años después, Steno vistió de luto.

Y como todos sabemos, la vida gira con extrañas vueltas caprichosas: muchos años más tarde, el mismo Michel Steno llegó a convertirse en Dux de Venecia, y tuvo que subir las mismas escaleras en las que Marino Faliero había sido decapitado por su culpa. No tengo porqué saberlo, pero muy probablemente debió haber sentido algún resquicio de escalofrío o remordimiento.



Por cierto, después de su muerte, Marino Faliero recibió otro oprobio, quizá el peor: una "damnatio memoriae" (condena de la memoria) que rige hasta la actualidad. Hoy en día, cuando el turista visita el Palacio Ducal de Venecia, en la sala del Gran Consejo puede ver los retratos de todos los Dogos que la regentaron. La imagen de Faliero fue cubierta de negro y se leen estas palabras en latín:

Hic est logus Marini Faletri decapitati pro criminibus
(Este es el lugar de Marino Faliero, decapitado por sus crímenes)


Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4, 5, 6

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viernes, septiembre 27, 2013

El Santo que fue asado al carbón

Confieso que me gustan las cosas terrenales, y nada es más terrenal que buscar un santo católico en un santoral. Creo que aquí lo único "divino" era esa curiosidad malsana por saber sobre quien recaía la responsabilidad de proteger a la gente de mi gremio. Saber a quien encomendarme cuando entro a un sitio muy pequeño y caluroso, rodeado de agua hirviendo y aceite chisporroteando. Me intrigaba saber quien era el santo patrono de nosotros los cocineros, chef, lavaplatos y de todos los que, empíricamente o con estudios, hemos trabajado dentro de una cocina.

Empaticemos; todos los seres humanos tenemos problemas y es muy común llegar al límite y estallar. Si te pasa en la oficina rompes papeles, lanzas bolígrafos y no pasa a mayores. En una cocina, todos y cada uno de los miembros trabaja con los cuchillos mejor afilados de la ciudad, y si el jefe amaneció civilizado y bromista, puede demostrarte su cariño con un zanahoriazo en la oreja o un truchazo en la nuca. Nada grave, cosas de colegas. Pero hay que tenerlo claro, una oficina no es lo mismo que una cocina, y créanme, este es el peor lugar para trabajar cuando no puedes dejar los problemas en casa.


Chefs del Statler HIlton de L.A. preparándose para la Cena de Acción de gracias, 1955 (Fuente)

Bueno, a lo que iba. Encontré tres o cuatro santos a quienes se les atribuye tal labor, pero si tengo opciones para elegir, quiero uno que sea de confianza, que se haya quemado las manos, quiero que sea el mejor, pero más que nada, que haya sido un buen tipo, y por eso me llamó la atención la historia de San Lorenzo.

Al grano. Cuando en el año 257 d.C, Sixto II fue nombrado Papa, Lorenzo fue su hombre de confianza. Lo ordenó como diácono (sólo eran siete) y le encomendó la difícil tarea de custodiar los bienes de la Iglesia. Casualmente por esta labor es considerado también uno de los primeros catalogadores porque empezó a llevar el primer inventario escrito y detallado de las joyas y enseres de la Iglesia.


Papa Sixto II

Por esos días el Emperador Valeriano proclamó un edicto de persecución contra los cristianos, a quienes prohibió reunirse en sitios públicos para realizar sus cultos. Muchos sacerdotes y obispos fueron condenados a muerte, y los cristianos que pertenecían a la nobleza o al senado fueron despojados de sus bienes y enviados al exilio. En medio de este caos fue detenido el mismísimo Papa Sixto II mientras celebraba una misa cerca de un cementerio y fue decapitado in situ junto a otros cuatro diáconos que lo acompañaban en la celebración eucarística. Felizmente, Lorenzo había dejado de asistir a las misas debido a lo extenuante de su nueva labor.


Decapitación del Papa Sixto II y de cuatro de sus diáconos

La leyenda dice que presintiendo estos sucesos y poco antes de morir, el Papa entregó a Lorenzo los más valiosos tesoros y joyas que tenía la Iglesia en ese entonces, entre los que se encontraba el Santo Grial (la copa usada por Jesús y los Apóstoles en la Última Cena). Luego de la decapitación del Papa, Lorenzo logró esconder durante algún tiempo el tesoro, pero ante el inminente peligro decidió enviarlo a Huesca, donde vivían sus padres, adjuntando una carta y un inventario, donde fue escondido y olvidado durante siglos.


Lorenzo es llevado frente a las autoridades romanas

En la historia que aquí nos compete, el alcalde de Roma, que había escuchado algo sobre el tesoro de los cristianos, llamó a Lorenzo y le dijo: —Me han contado que ustedes, los cristianos, emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios, y que para sus celebraciones tienen candelabros de oro muy valiosos. ¡Vaya, recoja todos esos tesoros y me los trae porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar!
Lorenzo, amedrentado, pidió al alcalde de Roma tres días de plazo para poder recolectar los tesoros. Durante esos días fue reuniendo y convocando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados y leprosos, a los que él solía ayudar con sus limosnas. Al tercer día los hizo formar en filas frente al ayuntamiento y al ver al alcalde, señaló a los mendigos y le dijo: —Estos son los tesoros que más cuidamos en nuestra iglesia. Te aseguro que son más valiosos que los que posee el emperador.

Al ver semejante colección de miseria y enfermedad, el alcalde se disgustó enormemente. Lleno de rabia le dijo a Lorenzo: —Te has burlado de Roma y del Emperador, y vas a morir. Pero no creas que morirás en un instante, lo harás lentamente y soportando el mayor dolor de tu vida.

El pobre Lorenzo, por gracioso, fue quemado vivo en una hoguera. Más concretamente en una parrilla hecha exclusivamente para asarlo en las afueras Roma. Se dice que en medio del martirio, exclamó:—Assum est, inqüit, versa et manduca (Asado está, parece, dame la vuelta y come).
¿Se lo imaginan? Un hombre que sabe en que punto de cocción se encuentra su propio cuadril en la parrilla y se lo grita en la cara a su verdugo, no sólo merecía ser un santo, sino también un mártir, y de hecho así es considerado por el cristianismo, como un mártir.


Este es un fragmento de un cuadro titulado: El martirio de San Lorenzo. Se lo atribuían al gran Caravaggio pero resultó no ser de su autoría. Quien sea que lo haya pintado, recreó muy bien la brutal tortura.

Cuenta, San Agustín, que el gran deseo que tenía el mártir de reunirse con Cristo, le hizo olvidar el dolor de la brutal tortura. Cuenta también, que los cristianos que presenciaron la parrillada vieron el rostro del mártir rodeado de un áurea que le daba un esplendor hermoso y tranquilo, y que además, sintieron un aroma muy agradable mientras lo quemaban. Los paganos ni veían ni sentían nada de eso. Desde luego, eso lo cuenta San Agustín.


Esta es la representación que hizo Tiziano sobre Lorenzo. Su óleo permanece en Venecia



De esta obra no he podido identificar al autor, pero concuerda más con el relato de San Agustín.




Saliéndonos un poco del tema, hay una lluvia de meteoros -observables a simple vista- llamada Las Perseidas, pero son más conocidas como "Las Lágrimas de San Lorenzo" porque durante la Edad Media y el Renacimiento, las Perseidas fueron avistadas muchas veces durante las noches en que se recordaba su muerte, el 10 de agosto, día en el cual fue asado y martirizado. Con esos antecedentes, no fue difícil que la gente devota de la época, asociara las Perseidas con las lágrimas que Lorenzo vertió mientras estaba en la hoguera.



Las Perseidas no es la mayor lluvia de meteoros, pero sí la más popular y observada del Hemisferio Norte debido a que transcurre en agosto, mes de buen tiempo y vacacional por excelencia. Su período de actividad es largo y se extiende entre el 16 de julio y el 24 de agosto. Su punto máximo es el 11 de agosto.






Actualmente, los restos del santo se encuentran en la Basílica de San Lorenzo de Roma, y todos los años el día 10 de agosto el relicario con su cabeza quemada se expone en el Vaticano para ser venerada. También se dice que la iglesia conserva todavía la parrilla original. Por cierto, en la iconografía y en el arte religioso, San Lorenzo es representado siempre, llevando consigo la parrilla en la que lo asaron.






Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7


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lunes, septiembre 02, 2013

El suicidio de un intelectual

Hijo de una acomodada familia de industriales textileros  vieneses, Stefan Zweig tuvo el privilegio de poder costearse una vida de artista. Su vida, en cierta manera, nos puede parecer hoy amaneradamente intelectual y hasta  dolorosamente egoísta.


Stefan Zweig

Desde joven tuvo los medios para realizar el sueño de cualquier mortal: pudo viajar por el mundo, conoció a los intelectuales más interesantes de su época; publicó sus propias novelas, que de hecho fueron un éxito; escribió poemas sin necesidad de editoriales; conoció el amor desde muy joven y ya, en su madurez, pudo darse el lujo de vivir en las más bellas ciudades de Europa donde siempre fue reconocido y admirado por sus libros y pensamiento filosófico. Como viajero no tuvo fronteras, más aún, cuando uno de sus libros, María Antonieta, llegó a Hollywood. Se movió libremente por todo el mundo, de Europa a la India, de Nueva York a Roma, de Francia a Suiza, de Buenos Aires a Río de Janeiro.
¿Cómo un hombre que ha logrado vivir todo esto, puede pensar en suicidarse?

No es tan difícil saberlo cuando lees su autobiografía "El mundo de ayer", donde describe con nostalgia lo que fue su Europa de la belle époque y en lo que se había convertido después de la Primera Guerra Mundial. Luego viviría en carne propia el asenso del nazismo Esta última tragedia fue la que lo acorraló, ya que, aunque burgués, era un austriaco judío y no tuvo más remedio que huir por su vida.



En sus memorias describe a los intelectuales de su tiempo que vieron venir la catástrofe (entre los que se incluye), que estaban tan cómodos observando y opinando, pero que no hicieron nada. Con asombro, aunque de lejos veían a la vieja Europa acechada por los mismos fantasmas cíclicos de su historia: masas de campesinos sometidos a sus señores o a la iglesia; la misma burguesía egoísta de siempre y un proletariado sin esperanza que sólo pensaba en levantamientos y revoluciones.



Stefan Zweig y su amigo Paul Valéry


La Primera Guerra Mundial ya había sido un trágico aviso. Cuando la paz volvió a restablecerse, Stefan Zweig regresó con toda su familia a su natal Salzburgo donde tenía una maravillosa mansión. Junto a su primera esposa, también escritora, se dedicó por entero a la literatura y a cultivar amistades con diferentes intelectuales y artistas. Se codeaba con Thomas Mann, Sigmund Freud, Paul Valéry, James Joyce, Richard Strauss y Toscanini, quienes lo visitaban con frecuencia en su palacete.

Fue una época de gran productividad literaria, pero esta idílica vida de a poco comenzó a verse afectada por los giros de la política austriaca y por el surgimiento del Nacionalsocialismo. Intentó mediante sus ensayos y artículos en la prensa llamar la atención de la sociedad hacia la tolerancia y a la cordura. Lastimosamente ya era tarde, los clarines de guerra nuevamente comenzaban a sonar en Europa.


Stefan Zweig y Richard Metzl observando un ensayo de la obra "Fausto"

El 12 de febrero de 1934, el canciller austriaco Dollfuss, masacró a una revuelta de obreros de Viena ayudado por paramilitares fascistas arios. Stefan Zweig se encontraba en ese momento en la Ópera al igual que otros intelectuales y políticos. Nadie se enteró de nada, no había quien defienda a nadie. Así era la vida de la burguesía austriaca.

Luego empezó el acoso directo, recibía diariamente cartas anónimas amenazantes en respuesta a sus artículos de prensa. Pocos días más tarde la policía allanó su casa "sospechando" que Zweig ayuda a las milicias republicanas, pero no encontraron nada porque él era un pacifista y nunca apoyó a ningún grupo  político ni armado. Es más, hacía años que ni siquiera ejercía su derecho al voto. De todas formas él sabía que el hostigamiento seguiría y que lo mejor era ponerse a salvo. Decide irse temporalmente con su esposa, pero ella prefirió quedarse en Austria. Zweig emprende su viaje solo pero espera volver pronto, cuando las cosas se calmen. Al tomar el tren no sabe que nunca volverá. Que está dejando para siempre su tierra, su historia, a su madre, a su mujer y a sus hijas.

Se instala en Londres, donde todavía puede darse el lujo de contratar una secretaria y un mayordomo. El dinero no es problema para Zweig que pasa los veranos en Niza, viaja a París, Buenos Aires, Río de Janeiro y Nueva York. Con dinero, aún puede escapar de la guerra pero en agosto de 1936, viajando por el mediterráneo su barco hace escala en Vigo, donde se entera que en España ha comenzado a vencer el fascismo con la ayuda de Mussolini. Ya para esta fecha ha tenido que vender su casa de Salzburgo y parte de su famosa colección de autógrafos. El resto de sus propiedades —casas, obras de arte, muebles, libros, manuscritos— fueron confiscadas por la Gestapo y vendidas en subasta pública.


Stefan Zweig y Charlotte Altmann, su secretaria

Las noticias que escucha por la radio son cada vez más inquietantes. Hitler ha anexionado su país, Austria a Alemania. Los nazis saquean palacios y casas, mientras los judíos son hostigados o detenidos. Se entera por cartas de sus amigos, de que a los judíos arrestados los envían a limpiar las letrinas públicas. Que su anciana madre ya no puede sentarse en las bancas de la calle donde siempre ha vivido porque ahora están reservadas a los arios. Su madre, descendiente de banqueros judíos, no puede ahora ni siquiera contratar los servicios de una enfermera de «raza alemana». Muere sola, una noche de agosto de 1938, sin saber que en su patria se han construido ya los primeros campos de concentración.

El hasta hace poco europeo cosmopolita, el “hombre de mundo” Stefan Zweig, forma ahora parte de los sin patria. Sus amigos le escriben y le cuentan que sus libros han sido confiscados y quemados por los nazis, junto a los de otros autores incómodos para el Reich. Y cuando va a renovar su pasaporte en Londres, se entera de que ahora es alemán (ya no es austríaco) y por lo tanto ya no puede ser considerado refugiado político. La burocracia británica lo clasifica en la Categoría B, la de enemigos menos peligrosos.

A pesar de que nunca fue judío ortodoxo, ni conocía sus ritos, ni aceptaba sus normas; de la noche a la mañana, se había convertido en un judío errante.


Soldados nazis quemando libros confiscados

Decepcionado de Europa y ante el rápido avance de los nazis sobre Francia, viaja a Nueva York con Charlotte Altmann, su segunda esposa y ex secretaria. En América intenta rehacer su vida desde cero. Como es un intelectual burgués sólo sabe escribir y tocar el piano, y así se gana la vida: escribiendo libros, escribiendo artículos para uno que otro periódico y tocando el piano, amenizando con sus deliciosas anécdotas las exclusivas veladas de unos pocos millonarios judíos americanos.

En 1940, buscando un refugio más seguro y más lejos de la guerra, decide viajar a Brasil y se instala en una pequeña ciudad alejada del mundanal ruido, Petrópolis. En esta ciudad escribe dos libros más y culmina su autobiografía: "El mundo de ayer".


Stefan y Charlotte en Petrópolis

Petrópolis le resulta un lugar apacible, ideal para vivir con su esposa y escribir. La pequeña ciudad aloja a otros europeos -franceses y alemanes- que también han llegado huyendo del los horrores de la guerra. Frecuentan su casa intelectuales locales y extranjeros quienes se emocionan oyendo cómo Stefan Zweig habla del ayer, de sus recuerdos, de su Salzburgo de cafés y tranvías. Es evidente que añora sus raíces, que se siente extranjero en cualquier parte del mundo, se siente un apátrida ahora que su tierra está en manos de los nazis. Y llora.

Entre sus pocas amistades de Petrópolis estaba la chilena Gabriela Mistral, en ese momento Cónsul de su país. Solían juntarse para tomar el té en casa de los Zweig y a cenar los sábados en casa de Gabriela.

En febrero de 1942, Stefan y Charlotte deciden viajar a Río de Janeiro para disfrutar del carnaval. Necesitaban distraerse un poco, desestresarse de las malas vibras de la guerra y el exilio. El 16 de febrero de 1942, martes de Carnaval, se lee en los periódicos cariocas que Singapur se ha rendido ante el Japón. Esto produce un profundo shock en la pareja, sobre todo en él. La guerra lo ha tenido entrando y saliendo de depresiones. Recuperar el optimismo es imposible. Teme que el nazismo triunfe Europa y avance sobre el resto del mundo. Sabe que lo encontrarán en cualquier país que se esconda.

El matrimonio decide acortar su viaje y volver a Petrópolis. Han tomado una decisión, pero hay que preparar algunas cosas antes de ejecutarla. La siguiente semana él se dedica exclusivamente a escribir cartas sus amigos, a su ex-esposa y a revisar el manuscrito de su autobiografía. Busca todos los libros que le han prestado y les coloca el nombre de sus dueños y direcciones. Mientras Stefan se dedica a eso, Charlotte se pone al día con los pagos de la sirvienta, del jardinero, del alquiler, las disposiciones legales, etc.

Una curiosa digresión. Hace ya algún tiempo, en una de esas noches de tertulia, su amigo René Fülöp-Miller había contado como anécdota: que el potente barbitúrico llamado Veronal debe su nombre a la ciudad de Verona. Sin duda Zweig lo asoció a la famosa pareja de Shakespeare. Jamás lo olvidaría.


Stefan y Charlotte, tal como los encontraron muertos el domingo 22 de febrero de 1942

Se supone que el suicidio de la pareja fue el domingo 22 de febrero de 1942 en horas de la tarde. Parecía más bien un ritual planificado: Charlotte llevaba un bonito vestido floreado y él, una camisa y corbata oscura. Las autoridades brasileras los encontraron abrazados en su cama, como Romeo y Julieta, y un frasco de Veronal en el velador. Por la forma en que se les encontró – ella abrazándolo- puede especularse que Charlotte lo encontró muerto, y aterrorizada de verse sola, lo siguió. Claro, son sólo especulaciones, como las de quienes dicen que no fue un suicidio sino un trabajo de la Gestapo.




Fotos de la prensa brasilera

Gabriela Mistral fue una de las primeras en arribar donde los Zweig poco después de difundida la noticia del suicido. Le permitieron ver los cuerpos, todavía abrazados en la cama. Cuando ella llegó, alguien había encontrado una carta dejada en el escritorio del autor, que decía:
“Antes de partir de la vida, con pleno conocimiento, y lúcido, me urge cumplir con un último deber: agradecer profundamente a este maravilloso país, Brasil, que me ofreció una estancia tan buena y hospitalaria. [...] Pasados los sesenta años se requieren fuerzas especiales para empezar de nuevo y las mías están agotadas después de tantos años de andar sin patria.
Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto”.

Fuentes y referencias:
1, 2, 3, 4, 5,


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